domingo, 30 de septiembre de 2012

Domingo de la Misericordia

"Domingo de la Misericordia", que bello título para designar a este domingo, donde con sabor a antiguo y  con gusto de míticas ordenes militares de las Cruzadas, las sonrosadas capas de la Santa y Vera Cruz volverán, como monótonos péndulos del tiempo, a pasear a su imagen titular, a su Cristo de la Misericordia.
Si bien la fiesta a la Divina Misericordia fue instituida por Su Santidad Juan Pablo II para el Primer Domingo después de Pascua, es hermoso rememorar para este domingo del tiempo ordinario, la Misericordia de Dios, el Buen Pastor, los dones de la Divina Misericordia, espirituales como corporales, desde enseñar al que no sabe, consolar al triste, tolerar los defectos del prójimo hasta dar de comer al hambriento, visitar al enfermo, enterrar a los muertos, y muchas más acciones se convierten en la expresión más hermosa de la inflación del Espíritu Santo en los hombres. Todas ellas partes del hombre, hombre que se encuentra muerto y crucificado, hombre que es el Dios encarnado en una pobre y sencilla mujer de Nazaret que padeció y murió por nuestra Salvación. 

Dichas virtudes, las de la misericordia, se convierten en  un pequeño halo de divinad que reside y radica en el innatismo de nuestros ser, pues son dadas y enseñadas por Cristo, que en nosotros humildes y siervos del Altísimo conforman un verdadero modus vivendi y modus operandus, pues nos han llevar a actuar en la imitación a Cristo conforme a sus divinas enseñanzas no por ser una obligación sino porque nos abrasa, como llama candente en nuestro interior, porque es el amor a los demás los que nos ha de hacer vivir la vida, la necesidad que impera en nosotros mismos, en el fondo de nuestros corazones, el ser testigos de Jesucristo en el mundo.

Y para mil palabras, una sola imagen basta, y que mejor imagen que la de Cristo, sereno y tranquilo, en la cruz yacente, el Cristo de la Misericordia, que desde lo alto del Altar Mayor concepcionista nos abraza y nos  mira. En el día de hoy resuena más que nunca la Sagrada Escritura que dice "Este es mi hijo amado, mi predilecto" o aquella que dice "haced lo que Él os diga", Cristo en este domingo nos pide y nos anima a seguir por la senda de la misericordia, la senda de los humildes y los sencillos, que como Él abracemos amorosamente la cruz, "quien quiera seguirme que coja su cruz y me siga" así nos lo dice en esta mañana otoñal de septiembre.

Este fin de semana que se ha tornado lluvioso y un tanto frío, vuelve Cristo a pasear por nuestras adoquinadas calles villeras y como ayer, vuelve a reunir a sus discípulos, a llamarlos a cada uno por su nombre, a ti y a mí,  a todos sus hijos, pues todos estamos llamados a la Salvación y a la santidad de nuestras vidas. Es el amor a Dios el calor que ha de residir en el fondo de nuestros corazones y como María decir con voz potente y clara, "He aquí la esclava del Señor" o en propias palabras del Señor, "Que se haga tu voluntad y no la mía" para dejarnos caer con auténtica confianza en sus brazos, que se tornan abiertos a todos, amando a todos.

Que hermoso día para renovar ante el Santísimo Cristo de la Misericordia el carisma tan vinculado a la Cofradía de la Santa Vera Cruz de las Virtudes de la Divina Misericordia, pues esta institución las encarnaba y encarna con la claridad que exigen los Evangelios.

Fieles a su historia y a su fe pasearemos en esta mañana los villeros a uno de sus Cristo más antiguos, reunidos en asamblea partiremos y compartiremos el pan y y el vino, hecho Cristo vivo y presente en la Sagrada Eucaristía. Y con los rallos del mediodía volveremos un año más a recorrer nuestras calles y plazas, como antaño, los herederos de la divina y excelsa misericordia de Nuestro Señor, testigos todos de Jesús en el mundo lo hicieron en aquella primera Orotava que comenzaba a florecer.

G.C.H.