Un año
más la Villa de La Orotava se postraba ante el sumo poder de Dios maniatado a
una columna. Sus manos, aquellas que imponía a sus discípulos, a los niños a
los que bendecía y a los enfermos a los que curaba, manos que multiplicaban
panes y peces, manos con las que señalaba a María como Madre nuestra, con esas
mismas manos ensangrentadas, amoratadas por el sacrificio, con esas, bendecía
una vez más a La Villa, el Valle entero.
El
Señor a la Columna, en la tarde-noche de ayer volvió a ser el centro de
nuestras miradas y el baluarte de nuestra piedad más popular. La Solemne
Eucaristía que presidio nuestro Sr. Cura-Párroco el Rvdo. D. Pedro Jorge
Benítez, Arcipreste del Valle de La Orotava, y en la que intervino el Rvdo. D.
Santiago Hernández González, sacerdote de esta Villa, comenzó puntual a las 7 y
media de la tarde. Durante la misma se acogieron a un multitudinario grupo de
nuevos y jóvenes esclavos y esclavas todos ellos, que se impusieron la columna
pasando a formar parte de esta gran familia que es la Venerable Esclavitud,
como así, también se relevo en el cargo el Esclavo Mayor.
La
Eucaristía transcurrió con total normalidad, esplendor y sobre todo solemnidad
concluyendo con la procesión de nuestra querida y Venerada Imagen por el
trayecto acostumbrado, poniéndose al atardecer, con los últimos rayos del sol,
esta “prodigiosísima imagen ” como así decían antes, en el pórtico de la
parroquia de la Villa de Arriba.
El
Señor, “Señor de la Villa”, volvió su rostro una vez más hacia las
casas, hacia las aceras y plazas, una vez más quiso bendecir cada rincón de
nuestro municipio y de donde la vista alcanza pues Él ha sido durante siglos
faro indiscutible de la fe villera, ha sido y es un improvisado altar donde
tantas generaciones de villeros y foráneos hemos acudido con humilde fe a dar
gracias al Dios Padre, por nuestra vida.
Que el
Señor a la Columna siga bendiciéndonos con sus manos, manos atadas, manos
llenas de amor y de libertad, pues el amor nos hace libres y Cristo por amor
nos libró de las ataduras de la muerte.
Sigue
Señor siendo la columna donde me apoye, donde camine, donde me amarre, donde de
mi vida entera.
G. C. H.