Llega
una de las celebraciones más esperadas y especiales para nuestra Villa, la
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Un año más, La Orotava se
embriagará de los suaves aromas de las flores y el brezo. Nuestras calles
lucirán ya bajo este sol estival en unas jornadas festivas. Pero no puede haber
un exorno más festivo como lo debe de haber en nuestro interior, en nuestra
alma.
Celebramos
la Institución de la Eucaristía el Jueves Santo, festividad instaurada por el
pontífice Urbano IV mediante la bula «Transiturus» en 1264, con el fin de
tributarle un culto público y solemne de amor y gratitud a Cristo presente en
tan celestial manjar por medio de la transustanciación, el jueves siguiente a
la Solemnidad de la Santísima Trinidad. ¡Qué medio tan admirable buscó Cristo
para mostrarnos el extremo de su amor al pedir que el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, Señor. La forma más bella
de decir, como recalcó Santa Teresa de Ávila, que «ya una vez nos le dio para que muriese por nosotros, que ya nuestro es,
que no nos le torne a quitar hasta que se acabe el mundo». La Eucaristía en
maná de la humanidad. Sin tal glorioso misterio nos sería imposible hacer la
voluntad del Padre, ese «Hágase tu
voluntad» que tanto decimos en la oración del Padrenuestro sin apenas
meditar, ni siquiera darnos cuenta de la importancia de estas palabras. Es
imposible darnos a Cristo en la Eucaristía sin darnos al Padre y a los demás.
Cristo es amor, y para que sea pan del alma debemos nutrir nuestra voluntad
para hacerse una sola con la del Padre.
Aprovechemos
estos días de fiesta, tan cercanos
a la celebración de la Santísima Trinidad, centrados en esta exaltación de este
divino misterio, para dirigirnos al Padre por y con el Hijo, Majestad
trascendente velada en el Santísimo Sacramento. Procuremos cerrar los ojos del
cuerpo y abrir los del corazón, para recibir así tal celestial medicina, pues «si cuando andaba por el mundo, de sólo tocar
sus ropas sanaba a los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando
tan dentro de mí?»
Como
reza la santa carmelita, «pidamos al
Padre Eterno merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya que
los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle, por están tan encubierto,
se descubra a los del alma».
J.
H. M.